Si alguna vez habéis entrado en un sex shop, seguro que habréis visto esas manillas con tela tan horteras. El caso es que un día me dio por comprarme unas. Y fue una gran tontería, porque las habré usado cuatro veces contadas. Normalmente tienen unas llaves para abrirlas y cerrarlas, pero el mecanismo de apertura es tan sencillo, que ni hacen falta. Así que decidí guardarlas en mi caja de los juguetes y tiré las llaves para ocupar menos espacio.
Ayer abrí la caja. Después de tan sólo 6 meses de relación, pero una ruptura que me dejó bastante tocada, decidí hacer una locura. Necesitaba salir y necesitaba compañía. Llame a un hombre que hacía tiempo me insistía para quedar y le propuse quedar para tomar algo. Poco a poco fui recordando todas aquellas cosas que me gustaban de las citas. El arreglarme dos horas antes, los zapatos de talón alto, el perfume en las piernas. Y con una mezcla de nervios y dudas acudí a la cita.
En general fue bastante bien y, cuando llegó la hora, me preguntó si quería alargar la velada. Habíamos bebido un poco y quizás la desinhibición del alcohol fue el empuje final que necesitaba para decir que sí. Fuimos a mi casa y no necesitamos mediar palabra, sólo abrir la puerta, ya empezó a tocarme. Lo deseaba, lo deseaba mucho, pero una parte de mi recordaba aun esos 6 meses.
Las manillas aparecieron en mi memoria de repente. Quería jugar, no quería que fuera algo cariñoso, quería reír y olvidar. ¿Un clavo saca a otro clavo? La verdad, no sé la respuesta, pero tenía muchas ganas de sentirme la de siempre. Cogí las manillas y le propuse que me atara.
Los juegos están bien como previa del partido. Así que, cuando quisimos ponernos en acción, intenté quitármelas. ¡Qué problema! ¿Cuál era el truco para abrirlas? Empecé a agobiarme, quería sacármelas ya, pero ninguno de los dos podía. Él fue a buscar unas llaves para intentar forzarlas. Aquél mecanismo tan simple, resulto ser una gran putada en el momento menos adecuado. Estaba atada y no había forma de huir.
En diez minutos conseguimos solucionar el problema que pasó por romper las manillas. Y aunque diez minutos pueden ser una tortura, no dejan de ser poco tiempo. Me pregunto cuánto se necesita para superar una ruptura. Una noche no me ha ayudado a olvidar, quizás he forzado un poco más la cerradura, pero sigo atada a esa persona que tanto quise. Cuando ya no hay vuelta atrás, nos queda el esperar, el no desfallecer, el intentarlo una y otra vez. No hay un reloj universal, pero sí la fuerza del deseo de ser libre.